Las perlas negras de los tiempos blancos
dejaron marcas en mi cuello altivo
y sin saberlo socavaron flancos
donde aguardaba el nocturnal furtivo.
Llegué al confín de las inquietas aguas
bojeando el cauce de un reseco río
hasta el cendal donde encontré tataguas
y en su color redibujé el hastío.
Allí en su luz reverberaban olas
como el sonido del silencio antiguo
que permeaba mis recuerdos macros
y me llamaba persistente, ambiguo,
para vaciarme los caudales sacros
en la liturgia de las perlas solas.